Por: Mauricio Aravena Z.
Me pierdo en la escena d

Ya no me miras como hace cinco segundos atrás. Treinta faltan para recordarte que te amo, que también puedo ser detallista y te apartas, te alejas en silencio. Ya no me hablas. Veinte y te pregunto qué te pasa, por qué me miras así y tus labios están fríos, me dices “nada Andrés”, con lo que me carga que me llames por mi nombre, y te preocupas de tomar el pastel, levantarlo y ya no hay tiempo, cinco segundos para estar a punto de marcar la diferencia. Tres antes de que desaparezcas en la cocina, dos para que te des la vuelta y uno, para que el globo pegado en el techo estalle de la nada. Nos espanta y todo sigue tal como está, funcionando con indiferencia. Me alejas, también quedo mudo, no me atrevo a decir nada. Nada que valga la pena.
Observo tu rostro y cómo tus músculos se mueven, los de abajo de tu boca hacen que tus labios se achiquen, parezcan líneas horizontales inbesables, entonces me concentro en tus cejas y pienso que hasta tus pelos me gustan, que tengas vellos donde sea, arriba de tus ojazos o en tus piernas que por lo demás, nunca he visto con rastros siquiera. Que sean negros, bien negros y que hagan contraste con lo blanco de tu piel. Se nota que tienes pelos, que eres humana y no una extraterrestre como alguna lo vez lo pensé; incansable, distinta, superior a mí.
Eres lo bastante terrena

Te ayudo a cortar la torta, a separar los trozos en porciones individuales y te juro, me veo escribiendo esto a la una y veinte de la mañana, solo en mi departamento, consintiéndote. Me desesperas. Me sabes de memoria y me limita porque creo ser lo suficientemente bipolar para , y tú tienes este tipo de reacciones. Lo hago para no darte en el gusto en todo, lo he hecho siempre, desde el inicio cuando eras mi escapatoria, mi amante, la mujer por la que nunca me atreví a nada hasta que resolví mis temas. La que negué y por la que ahora peleo con todo el mundo si no estamos bien. Por la que muero como madre, compañera, mi vida completa. Mi vida completa por la chucha, Dolores, no he mirado ni he estado con nadie más que no seas tú en todos estos años. Salgo de la cocina, entrego unos platos y recojo los restos del globo que reventó. Todo por una camisa. Entro nuevamente para hablarte y veo como te comes el trozo de chocolate del centro de la torta
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