Por Cristian Alcamán

Que lo contaran los otros cara dura no me sorprendió. Quizás el tiempo se encargue de ellos, quizás en otra vida la rueda de la fortuna gire y devuelva la mano. Esta historia se viene arrastrando hace tantos años, por generaciones. No hay peor ciego, que el que no quiere verse… aquel engaño que se comete contra sí mismo. No hay peor manera de acabar, sin saber qué mierda pasó.

El rastro en su cara delata su verdad ¿Cuántas veces habrá callado ante la pregunta de cómo se hizo semejante cicatriz?


Yo sólo recuerdo aquella noche de viento y lluvia furiosa. Qué más se podía hacer en esos lares, en plena frontera, entre Cerro Sombrero y el Cabo Espíritu Santo, que aguantar el temporal, carneando un capón herido por la tempestad de la semana pasada y tomando whisky argentino contrabandeado.


Comenzamos esa noche el rancho en silencio, después de la larga jornada de arreo, escuchando las ráfagas del viento que azotaba el puesto. La radio Polar nos acompañaba en las largas noches de invierno, anunciaba que en Puerto Harberton, en el canal Beagle, había muerto don Saturnino Gallardo Oyarzún, chilote de Chonchi, que conocí cuando trabajé de peón, en la estancia El Cóndor en los años 30. Saturnino era famoso por sus dotes de vidente y de chamán. La última vez que hable con él, me dijo que tenía que pedir perdón para sanarme. Y si no, en esta y la otra vida iba a pagar mis deudas.


Escuchábamos siempre a la misma hora los avisos del campo, de las estancias de toda Tierra del Fuego, sólo agarrábamos esa emisora. Después de los avisos a la comunidad, tocaban rancheras, milongas y tangos que te ponían nostálgico. Brindamos con whisky importado por el finadito y nos sentamos a jugar Truco, con naipe español para puro matar tiempo. Afuera reinaba la escarcha con su brillo de frío, con su manto de espejo:


-Si quisiera cagarte Nielsen, te cago igual!!! A mí no me vienen con cuentos chilotes; ¡¿Ves mi cinto?!....creéis que es de juguete…..donde pongo el ojo, la bala mata…


- yo digo no más, viejo lobo Esparza, el Guatón Sekulovich quiere puro darte.


Conociéndolo bien, diría que se haría el Rey de los hueones y miraría pal’ lado, dejando pasar la ocasión, entre mates y truco, para luego fumarse un buen puro y seguir conversando, tocando a la poto lindo, como si nada hubiese ocurrido…


En esos lares, en aquellos años, la cosa se ponía fea, a la primera mirada negrusca, al primer nubarrón, al primer desaire, ni los gatos se atreven a cruzarse, y las pocas mujeres que acompañaban la comparsa, se mantenían a distancia, en espera del chistar de Esparza.


Magallanes era el último eslabón de este puto mundo y sólo el quilombo era negocio para crecer rápido en esos fríos de infierno.


-Esparza, ese perro lanudo es fueguino y usted sabe lo indio que son esos baguales de mierda; yo seré bruto, pero corazón tengo. Le digo que anda a escondidas cagándolo con las minas de Cerro Sombrero. Los viejos dicen, que quiere vengarse por lo de la Margarita Asencio, que término en el fondo del lago Blanco, como comida para salmones y caranchos. El agua ardiente y mal whisky acompañan su espera de venganza.


- Mi viejo amigo Nielsen, deja que los cóndores coman, ya vienen las nevadas, y el encierro me las va a dar. Lo voy a mandar a cuidar bestias en el Páramo de Diablo, ahí lo voy a castrar por hacerse el caído del catre. Lo de la Asencio fue culpa del negro Escalante, hijo de la gran puta. Sabré matarlo a tiempo, para la pampa se va a perder. En el quilombo de la Tonka, en Cullen, va a tomar su último trago, Amigo Nielsen, deja que las balas silben, ya pasaron muchos inviernos y el hielo que hay entre el guatón y yo es duro. Yo que fui su padre de enseñanza y arte, le voy a dar su merecido.



A eso de la medianoche, antes de irse a dormir, golpearon a patadas y con fuerza; mi compadre Choche abrió extrañado y con sigilo, ni los perros habían ladrado, mientras yo ponía cerca mi calibre 22 que guardaba pa’ callao debajo de mi catre. Era nada menos que el choro Esparza, venía como siempre silbando con sus perros lanudos: El vasco, el Pinto y el Enano. Venía envalentonado, quería celebrar el nacimiento de su primogénito:


-Será como mi paire, de nombre antiguo, ya le dije a mi soberana esposa que lo llame Aquiles, como mi viejo lobo de mar, que en paz descanse.


Yo que nací en Curaco de Vélez, ende la Isla Grande. Se vino pal sur buscando mejores horizontes, como todos. Era bueno para sumergirse en las heladas aguas, mariscaba como ninguno. Y con las mujeres era famoso por su verso, por eso no nos costó nada levantarnos, el frío por un instante desaparecía con la petaca que me había regalado mi abuela. Su agua ardiente te cocía las entrañas y te azotaba como espuelas de plata. Nos fuimos a galope al pueblo más cercano, a unos 30 kilómetros. Adentramos guapeando con la cinta al clandestino de don Jacinto Andrade. En Cullen ni el diablo se aparece y ese quilombo era lo único que daba vida a ese campamento minero. Yo me fui calladito al rincón más oscuro, para pasar piola. Era de los que me gustaba observar antes de actuar. La última vez que había ido, había salido volando por la ventana principal por hacerme el guapo. El bailongo estaba que ardía, los parroquianos se miraban de reojo armando cahuín y las minas te miraban el cocodrilo cuando pagabas el primer trago. El farol por el viento se había roto, y la tía Tonka abría los fuegos con la primera corrida, afuera la helada empezaba a caer y nubarrones negros avanzaban con viento puelche. Choche y Esparza subieron con tres minas a los privados, vendiendo antes su alma al maluco para descargarse. Yo me quedé disfrutando de un pisco peruano que a escondidas me daba mi pajarito del Callao, la hermosa Inés Mamani, que la había jurado amor eterno…




Ya eran las cinco de la mañana cuando sentí un ruido seco, después un grito de mujer, después alguien de botas pesadas que corría, después un silencio total. Me amanecí con la cara ensangrentada del semental Esparza, que no se podía mantener en pie. La mina que le había tocado le rajó la cara a destajo, con un botella de Licor de Oro que preparó su madre el verano pasado. Se la rompió sin contemplación alguna, gritándole perro concha de su madre. Han pasado de eso 25 años. Bien merecida la marca que le quedó por vida. La artista esa, se vengó de una vieja que le debía el choro. No hay deuda que no se pague, ni plazo que no cumpla. Esa puta era hija de Esparza, hija de una mujer que violó en San Sebastián 18 años antes, cuya madre de apellido Chahuan también había sido ultrajada por el taita de Esparza en Dalcahue; sólo el Trauco logró apaciguar los ánimos desde entonces. Ahora como rondín vivo, en la soledad absoluta, desterrado a voluntad y sereno, en un aserradero del loco Morrison, aquí en Cameron. Me acompaña mi infamia, la marca que sólo la muerte borrará, mi cara cortada y mis malditos recuerdo de perro.-

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