Por Jorge Fernández

 

Estaba sediento de venganza, cruzó el umbral de la puerta y encendió un cigarrillo, su gorro de mezclilla parecía más descolorido que nunca, sus pantalones deshilachados y raídos dejaban ver el paso del tiempo, caminó por el patio de lo que alguna vez fue la vecindad, aquella que no valía ni un centavo pero era linda de verdad, extrajo de un bolsillo la navaja que comúnmente utilizaba para rasurarse y con un movimiento ligero botó el colgador de ropa, en el que había solo una sábana y un calzón femenino de estilo colonial. Ni traje de marinerito, ni gorro azul de la vecina del setenta y uno existían ya.

 

la venganza de don ramon

 

Entró al catorce, donde había vivido antes del setenta y dos, no se molestó en tocar, cruzó la puerta, el living, el comedor, dobló a la izquierda y comenzó a escuchar los quejidos somnolientos de una mujer, de una vieja, de una anciana, que lo había torturado en vida. Giró la perilla que mantenía cerrada la puerta del dormitorio y lo primero que vio, fue la misma cara de víbora al acecho de antaño, solo que unos cuantos centímetros más abajo debido a la gran bifurcación de arrugas que se mezclaban en su rostro, sumado a un ápice de terror repentino dibujado en su expresión. La contempló por espacio de segundos, mientras ella incrédula, parecía estar viviendo una pesadilla. Antes de hacer uso de la navaja, el flaco de tatuajes en los brazos, abrió su mano derecha y asestó unas cuantas cachetadas al derecho y al revés a la mujer, quien solo atinaba a recibir los golpes, como si los disfrutara, más bien, como si los necesitara para ver si de esa manera despertaba de aquel mal sueño. Acto seguido, el hombre empuñó su arma blanca, la tomó apuntando con el filo de manera horizontal justo en la unión de la frente con la nariz. Entre ceja y ceja, como siempre la tuvo en vida. Vio la cara de pavor dibujada en Florinda, y con el bigote levantado a causa de su sonrisa de satisfacción, clavó una y otra vez el filo de la navaja en la mujer, quien no gritó ni pataleo ante tal agravio cometido por la chusma.

 

doña florinda

 

En el interior de la pieza aún se escuchaba un ronquido. Una tibia claridad visual le permitía ver el cuadro completo, en el cual estaban dibujados, una cama de dos plazas y un velador. En este último, había un gorro de copa, una pequeña taza con su platillo, y un cenicero con un puro a medio fumar. La cama por su parte, era bastante ancha, mas no demasiado larga, por lo que llamó lo suficiente la atención de Monchito el hecho de que no sobresalieran los pies del tipo que ocupaba el sector izquierdo de la litera, y en contraposición a eso, hubiera una pronunciada curva en la parte media de la figura humana que aún dormía. Gigante fue la sorpresa del ex boxeador, carpintero, torero, futbolista y un largo etcétera, al reparar en la imagen del señor Barriga. No se molestó en despertarlo. Empuñó la navaja nuevamente y procedió a comprobar un gran mito para él durante los años como su inquilino. ¿Sería posible que aquel gordito redujera su anatomía con el frío pinchazo de un objeto punzante, puntudo y filoso, o sería un desagradable final para su extensa figura? El resultado arrojó como respuesta la última opción. Tres, cuatro, cinco estocadas dieron muerte inmediata al panzón. Mejor barriga para la próxima vida, Señor Suerte, creí oír decir a Ron Damón antes de abandonar el lugar con cierto deleite personal.

 

señor barriga

 

Salio nuevamente al patio, entró a su vieja casa, buscó en los cajones, donde aún estaban sus cosas, sacó una olla, un cucharón y un plato hondo. Sirvió una comida invisible, extraída de la olla, depositándola en el plato. Transportó este último al barril que aún estaba junto a la escalera que llevaba adonde alguna vez vivieron unas cuantas Pattys con unas cuantas Tías, Jaimito el Cartero (oriundo de Tangamandapio) y una de sus tantas enamoradas, la Vieja de la Escalera.

 

Una vez realizado todo, se metió a la casa de la Señora Clotilde y no sin antes agradecerle a esta, se hizo polvo justo bajo el cuadro en el que había una foto del perrito Satanás.

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3 Responses so far.

  1. Anónimo says:

    Siempre estuvimos de su lado Don Ramón!

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