Por: Sebastian Fredes.

Lucas, alguien tendido en una alfombra, tiene la vista pegada en la ventana de su techo y arriba están la noche, las estrellas. Pero Lucas no mira ni la noche ni las estrellas, porque lo que le interesa está al lado “de abajo” del vidrio, cosas que observa en la ventana, ahora también espejo. El reflejo de él y Mariana oscuro, oblicuo, amorfo, le hace pensar que en la ventana son otras personas. Que no son los que son.



Lucas, ahora alguien tendido en una alfombra peluda, se imagina que el reflejo suyo en la ventana besa al reflejo de su amiga. Al mismo tiempo cree que es una idea estúpida pero algo, quién sabe qué, pasa en su cerebro y se obsesiona con esa imagen instalada en su cabeza. Piensa que perfectamente el reflejo de él podría estar pololeando con el reflejo de ella. Que sus reflejos vienen siendo una linda pareja hace ya varios paseos tomados de la mano. Imagina que son tal para cual. Que, incluso, podrían casarse, tener hijos y serse fieles ahí mismo en la ventana.


Lucas, ahora alguien tendido en una alfombra peluda con el dibujo de un panda, mira hacia el lado derecho, donde está Mariana, su amiga, y dice algo intrascendente. Se para y pone una película en el devedé. Cuando terminan de verla hacen lo de siempre: se abrazan, duermen, despiertan, follan.

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